Una gran esfera negra ocupaba el cielo. El temible astro tapaba el sol, y todo se encontraría en oscuridad absoluta de no ser por la luz azul que emanaba. El terreno, seco, sin vegetación, presentaba grutas, barrancos y cráteres de gran tamaño, inundados en temibles cruces de luces y sombras. Ni siquiera parecía un paisaje de la tierra misma. Parecía propio de una época mucho más anterior, remota, o al más lejano tiempo futuro que se daba de la mano con el infinito y la trascendencia.
Avancé, hipnotizada, hacía el extraño astro. Sin tener posesión de mis propios impulsos, extendí los brazos hacia arriba, como si quisiese acunar la esfera con las manos. No recuerdo muy bien lo que ocurrió después de ese gesto, mis recuerdos cubiertos de una bruma se hayan, pero sé que la esfera respondió a mi gesto- o bien descendiendo, o expandiéndose hasta la superficie terrestre, no lo sé- pero de lo que sí tengo una gran certeza, puesto que recuerdo con perfecta nitidez, esta vez sí, es que acabé en el centro del astro, o ser...
Allí dentro todo parecía incorpóreo, como el humo o la luz. Me pareció ver una silueta humana entre la neblina. Todo era tan misterioso y primitivo, pero a la vez tan obvio y intenso, que sentí como si huviese estado predestinada a esa situación desde antes de que la conciencia fuese existente. Qué terror sentía. Qué gran incertidumbre. Pero a la vez sentía una especie de atracción desinteresada, una seducción sobrehumana.
Un gran brazo surgió del techo -si es que se podía llamar así- y descendió poco a poco hasta mi posición. Era irisado: era de un color constantemente cambiante, desde el verde hasta el rosa pasando por el azul o el amarillo. Su gran mano de largos y flexibles dedos se abría a medida que se aproximaba a mi. Uno de ellos me tocó la frente, y me sentí desfallecer. Sin embargo, estaba más despierta que nunca. Notaba cómo se me dilataban las pupilas, se me aceleraba el corazón y la adrenalina se me inyectaba en las venas. De repente, sentí como me transformaba en un ente no humano. Una brisa alada. Poco a poco veía mi cuerpo más y más lejos, cautivo en la sobrenatural mano.
Entonces vi el firmamento. Flotaba entre los maravillosos planetas. La luna y el sol más cercanos que nunca. Un gran destello de luz, un salto. Un gran corazón latente en medio del vacío. Descendí y ví unos extraños seres indescriptibles flotando plácidamente en aguas rojizas. Otros en cambio, salpicaban rabiosamente, zambulléndose en el insólito mar. Volé velozmente por encima de éste y llegué a una isla rocosa. Las rocas, afiladas, estaban cubiertas de una magnífica y exuberante vegetación selvática. En medio de la isla había una montaña. De la cima surgía una cascada. El agua también era roja. Y, justo antes de la vertiginosa caída acuática, yacía una colosal escultura de apariencia espectral. En una plataforma había una gran copa de obsidiana. Su líquido, casualmente también era rojo. Del mar ví emerger una gran cabeza de color magenta, sin mirada, que se bebía el mar de extrañas aguas, mientras los grotescos seres se deshacían en adoraciones, reverencias y halagos. Estos también fueron absorbidos por el gran monstruo, que se sumergió en los abismos.
Entonces lo comprendí todo. Un sádico culto a escala cósmica. Cada gota absorbida por ellos, se vertía a esa copa de la montaña, para abocarse al mar y alimentar al terrible ser del que eran esclavos.Quería gritar... Pero no tenía mi cuerpo. El corazón se me habría acelerado, de haberlo tenido allí.
El mundo, había dejado de ser mundo.