Caminaba fotografiando todo lo que se cruzase en su camino. Absolutamente todo. Así, tampoco se percataba de toda la gente que se tropezaba con ella, ni de que se paraba en los sitios menos adecuados. En el suelo, tumbada, hacía fotografías de los pies y de los zapatos de cualquier pobre infeliz que pasase por ahí. Una señora hasta se asustó de verla estirada en medio de la calle. Pero al verla levantarse y proseguir haciendo fotos, pensó que era una simple lunática. A Emilia le encantaba la fotografía, cómo se puede apreciar. De pequeña lo único que quería que le regalasen eran cámaras. Conocía todos los tipos de lente, de aumentos, la historia de la fotografía. Todas sus instantáneas las guardaba en álbumes, por temática. Era su gran pasión incomprendida, aunque nadie le negaba la gran calidad de sus tomas. En cambio, en cualquier otra disciplina artística destacaba mucho menos. Vivía para fotografiar. Su inocente y profunda obsesión... En aquella ocasión, Emilia se había presentado a un concurso de fotografía. Ya se imaginaba dando un discurso, con un vestido de gala, y años más tarde en un rascacielos neoyorquino, en un gran despacho de caoba, amueblado con una gran mesa y un diván. Y todo lleno de excéntricas fotografías suyas en blanco y negro. Así, ella, mirando elegantemente a través de la ventana, sosteniendo una copa con cualquier bebida dentro, respondería con la mirada distraída a cualquier petición o pregunta, con una sonrisa altiva, convertida en una artista extraña y popular, una musa elegante... Emilia tenía ésos pensamientos y otros más bizarros aún. Lástima que perdió el certamen. La idea de fotografíar inodoros con filtros de color rosa no había tenido éxito...Pero su verdadero sueño era su imagen en aquel despacho, que evocaba constantemente. Ni siquiera sabía para que necesitaba un despacho. Poco a poco, su fiebre por la fotografía se iba disipando ligeramente, y en su mente se materializaba la idea del despacho. Pintaría sus uñas con laca roja, esperando a que cualquiera entrase. Sus trabajos aparecerían en portadas de revistas, y se subastarían aquellas fotografías extrañas que hacía de adolescente. "Ésta instantánea, tomada en su juventud, es una obra de arte". El entendido público, que en su imaginación miraban por encima de sus gafas, sin excepción, hacía la fotografía, asentiría, y pagaría millones por su obra. Emilia pagaría con ellos el mobiliario, y su gato, que no tenía, llamado Cherry, con acento francés, dormitaría en la tupida moqueta añil. Sin embargo, en ése paseo que estaba haciendo, el mismo de la señora, su preciada cámara cayó al río. Y con su caída, a pesar de tener cómo veinte cámaras más, sus sueños- obsesiones- también cayeron al agua. Simbólicamente, veía "su" despacho inundado. Se quedó mirando cómo caía la cámara. Y cuando la perdió de vista, continuó mirando durante un buen rato. Con indiferencia, se adentró en la multitud, con la mente aguada.
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