Una casa construida en la primera mitad del siglo pasado. Elegante, sencilla. Fuera hace un calor bochornoso. Los termómetros marcan una temperatura más allá de los cuarenta grados. Una ola de calor jamás registrada en esa zona. Las noticias lo retransmiten. Temperaturas históricas. ¿Qué nos depara el futuro? Más calor. Todo el mundo bajo una nube de calor. El sol es espléndido, y cruel. Pero, en esa curiosa casa, todo transcurre como en otra época. Los colores se ven desvaídos, como con manchas, cual película antigua y desgastada. Palmeras que crecen en un jardín perdido en los pliegues del tiempo... Una piscina con excéntrica forma de corazón escondida entre las plantas. Los azulejos, otrora rosas, han cogido un color azul verdoso. Entre las turbias aguas hay alguien sumergido. Pasan los minutos y no emerge. Han transcurrido dos horas cuando se ve la silueta ascender. Una mujer gris (está en blanco y negro), dice a una segunda persona inexistente "¡Ven! Aquí abajo hay todo un mundo... Es increíble". A causa de una fuerte curiosidad, me meto en la piscina. Se me moja la ropa. La extraña me coge la mano, y caemos en picado. Ahí abajo no se ve nada. La suciedad me impide la visión. Pero entonces, todo es dorado. Árboles, animales, nubes bañados en oro. La mujer ríe estrepitosamente...
Una playa de noche. Una hoguera. Adolescentes alrededor de esta. Ríen, cantan, bailan. Una chica ha traído la guitarra incluso. Después de bailar, se cansan y se sientan. No tienen nada qué decir. Tienen las lenguas despojadas de palabras. Después de un largo silencio, uno de ellos habla. "¿Y si contamos historias de miedo?". Todos ríen. "Eso está muy visto... Y es aburrido" dicen. "¿Más que la conversación que estábamos teniendo?". Silencio. "Había una vez, un pescador al que, tras una tormenta, se le rompió la barca. Desesperado, intentó arreglarla. Pero las astillas se amontonaban sobre las astillas. No tenía mucho dinero para comprar otra, y si no podía pescar, tampoco ganaría más. Entonces se le ocurre recurrir al ermitaño del pueblo. Todos decían que era un lunático, pero él no les hizo caso. El hombre, de larga barba, era además conocido por su misterioso negocio esotérico. El pescador le contó su problema, y el ermitaño, rebuscando entre sus trastos, sacó una caja de bengalas". El adolescente hizo igual. "Dijo que cada bengala, era un deseo, pero..." No le dió tiempo a acabar la frase, porque una sombra salió de la nada, cogió la caja y la tiró al fuego. ¿Qué deseos eran los suyos? ¿Quién era? No se pudo saber, y no se sabrá. El mundo quedo sumido en sombras
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