viernes, 30 de agosto de 2013

Cielo magenta


Parece que, poco a poco, cada día se hace de noche antes. Tardes magentas que llegan para esperar al tapiz azul estrellado. El calor espeso y húmedo se despide lentamente, mientras por la puerta de entrada el fresco suave otoñal saca la cabeza. Pero todavía se queda el sol radiante, el agua fría en la piel, y el verano en la mente. En esta entrada vienen varias cosas para éstos días atenuados, las horas largas. Una entrada que combina dos secciones: las imágenes y una historia corta.




A continuación un nuevo "Marchando una de imágenes". Ésta vez con el tema de las puestas de sol, aludiendo al título de la entrada.











Y para terminar una historia-reflexión-metáfora improvisada...

Observaba el sol ponerse tras el horizonte. El cielo se teñía de rosa y oro. Tenía prisa, quería tiempo, lo malgastaba mirando una puesta de sol. El coche aparcado en la arena, mientras con un palo trazaba círculos sobre la arena. Cuando el sol volviese a salir, mi vida habría cambiado. Y tenía dos opciones: disfrutar en silencio con resignación y pena uno de los últimos momentos que viviría siendo yo tal y cómo soy, o huir, gritar, entrar en un desenfreno por tal de evitar lo inevitable. Lo segundo seguro que me haría sentir mejor por un instante, haciéndome creer que tendría el control, pero la primera opción era la más segura. Conformarme con sal en los ojos y café en la garganta. El deportivo viejo, rojo y vistoso, me atraía. "Al menos sé libre por última vez". Las llaves tintineando en mi bolsillo. Las ganas me podían. Abrí la puerta, rumbo por la interminable carretera. Palmeras, casas, arena. Libertad. Y una sombra en mi existencia. No me encontrarían. No. No aceptaría el trato. El precio era demasiado alto. Muchas cosas en juego. Corro. El viento me azota en la cara. Cada vez estoy más lejos. ¿Por qué tuve qué conocerle en ése mismo instante? Una casualidad trazada cruelmente por el despiadado destino. La luna se alzaba. Un motel y una gasolinera a ambos lados de la carretera. Pero no tenía dinero en el bolsillo. Abrí el maletero, en busca de algún billete extraviado y oportuno, cuándo oí pasos detrás mío. No hizo falta girarme para saber quién era. La luna se alzaba, y yo miraba a ella con adoración. Su voz grave y quejumbrosa infiltrándose en mí corazón. Un destello ámbar en sus ojos que noté pese a estar de espaldas a él. La luna, que bella. La luna. Abrí mi boca y dejé escapar ése cántico interior. Fauces doradas. En el suelo, aullando, me yazco, y oigo su voz grave y quejumbrosa infiltrarse en mi corazón. Ésta él mirando mi cuerpo canino, mis ojos de ámbar, mi corazón de obsidiana. La luna. "Cariño, la luna soy yo". 

La narración ha acabado siendo una historia rara de hombres lobo.

Yeah.

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