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miércoles, 28 de mayo de 2014

Firmamento



Una gran esfera negra ocupaba el cielo. El temible astro tapaba el sol, y todo se encontraría en oscuridad absoluta de no ser por la luz azul que emanaba. El terreno, seco, sin vegetación, presentaba grutas, barrancos y cráteres de gran tamaño, inundados en temibles cruces de luces y sombras. Ni siquiera parecía un paisaje de la tierra misma. Parecía propio de una época mucho más anterior, remota, o al más lejano tiempo futuro que se daba de la mano con el infinito y la trascendencia.
Avancé, hipnotizada, hacía el extraño astro. Sin tener posesión de mis propios impulsos, extendí los brazos hacia arriba, como si quisiese acunar la esfera con las manos. No recuerdo muy bien lo que ocurrió después de ese gesto, mis recuerdos cubiertos de una bruma se hayan, pero sé que la esfera respondió a mi gesto- o bien descendiendo, o expandiéndose hasta la superficie terrestre, no lo sé- pero de lo que sí tengo una gran certeza, puesto que recuerdo con perfecta nitidez, esta vez sí, es que acabé en el centro del astro, o ser...
Allí dentro todo parecía incorpóreo, como el humo o la luz. Me pareció ver una silueta humana entre la neblina. Todo era tan misterioso y primitivo, pero a la vez tan obvio y intenso, que sentí como si huviese estado predestinada a esa situación desde antes de que la conciencia fuese existente. Qué terror sentía. Qué gran incertidumbre. Pero a la vez sentía una especie de atracción desinteresada, una seducción sobrehumana.
Un gran brazo surgió del techo -si es que se podía llamar así- y descendió poco a poco hasta mi posición. Era irisado: era de un color constantemente cambiante, desde el verde hasta el rosa pasando por el azul o el amarillo. Su gran mano de largos y flexibles dedos se abría a medida que se aproximaba a mi. Uno de ellos me tocó la frente, y me sentí desfallecer. Sin embargo, estaba más despierta que nunca. Notaba cómo se me dilataban las pupilas, se me aceleraba el corazón y la adrenalina se me inyectaba en las venas. De repente, sentí como me transformaba en un ente no humano. Una brisa alada. Poco a poco veía mi cuerpo más y más lejos, cautivo en la sobrenatural mano. 
Entonces vi el firmamento. Flotaba entre los maravillosos planetas. La luna y el sol más cercanos que nunca. Un gran destello de luz, un salto. Un gran corazón latente en medio del vacío. Descendí y ví unos extraños seres indescriptibles flotando plácidamente en aguas rojizas. Otros en cambio, salpicaban rabiosamente, zambulléndose en el insólito mar. Volé velozmente por encima de éste y llegué a una isla rocosa. Las rocas, afiladas, estaban cubiertas de una magnífica y exuberante vegetación selvática. En medio de la isla había una montaña. De la cima surgía una cascada. El agua también era roja. Y, justo antes de la vertiginosa caída acuática, yacía una colosal escultura de apariencia espectral. En una plataforma había una gran copa de obsidiana. Su líquido, casualmente también era rojo. Del mar ví emerger una gran cabeza de color magenta, sin mirada, que se bebía el mar de extrañas aguas, mientras los grotescos seres se deshacían en adoraciones, reverencias y halagos. Estos también fueron absorbidos por el gran monstruo, que se sumergió en los abismos.
Entonces lo comprendí todo. Un sádico culto a escala cósmica. Cada gota absorbida por ellos, se vertía a esa copa de la montaña, para abocarse al mar y alimentar al terrible ser del que eran esclavos.Quería gritar... Pero no tenía mi cuerpo. El corazón se me habría acelerado, de haberlo tenido allí. 
El mundo, había dejado de ser mundo.

sábado, 18 de enero de 2014

Las dos de la madrugada





 Miraba al techo. Fijamente. La bombilla iluminaba la estancia, pero no su mente. Ésta permanecía a oscuras. Las horas corrían tan deprisa como la arena corría entre los dedos. El lienzo reposaba intacto. Con la mirada, una vez más, recorrió la habitación. El sofá azul donde había tenido su primer beso, el aparatoso televisor que todavía funcionaba con viejas cintas de vídeo, la gran alfombra carmesí con aquella mancha imborrable de café. Y la ventana. Qué gran traidora. Le mostraba un mundo idílico: un cielo estrellado con el mar como telón de fondo y explanadas bucólicas salpicadas de lucecitas oscilantes, tiernas. Pero él sabía perfectamente, a partir de su experiencia, que si algo era el mundo, desde luego "bueno" o "idílico" no era.
Sus piernas comenzaban a ceder junto a su mente. "Todavía no", se dijo. El reloj de pared le metía prisa con su monótono tic-tac. Lo aborrecía. Tenía ya bastante presente la velocidad del tiempo como para que aquel cacharro se la estuviera recordando, su presencia efímera.
Tic-tac. Las dos de la madrugada. Tic-tac. Su mano en el aire. Tic-tac. El reloj hecho añicos.
Se río. Que orgulloso estaba. Había puesto fin a su máxima enemistad con su propio puño. Se lo miró con detenimiento. Los surcos que le recorrían la piel eran realmente diminutos. Eran caminos. ¿A dónde iban a parar? Al reloj. Lo había roto. Él. Río de nuevo. Se dio la vuelta y entonces la vio. Altiva, inalcanzable. Ya estaba fuera de su alcance. Quizás nunca lo hubiese estado. Llevaba un vestido de novia y un velo. Con la melena danzando a un viento inexistente, se acercó más a él. Casi podía rozar sus labios, con los suyos, y pudo sentir su perfume dulzón.  Pero no le miraba a él. Aquel joven permanecía recto, con una tímida sonrisa vestido con un pulcro esmoquin le dio la mano a ella. En uno de sus dedos había un destello dorado: un anillo de compromiso. No lo podía permitir. El reloj. Su puño. Quería apartar a ese joven de ella. Aquel ser... Acabó con la mano a través del lienzo. No había nadie más en la estancia. "No estoy loco. No estoy loco" se dijo.
Pero todavía sentía un vacío   al evocar su mirada. Gritó. Se embadurnó las manos con pintura al óleo y las restregó por la pared. Cada movimiento, un trazado. Verde, rosa, rojo, azul... A través de ellos sentía. Verde era su esperanza, de volver a estar con ella. Rosa eran sus besos, tan dulces. Rojo: pasión, amor. Ira. El azul era su rabia más profunda. Poco a poco aquellas paredes blancas de gotelé cobraban un significado. ¿Qué pensaría ella? Ella... ¿quién era? No recordaba su nombre. Tuvo que contenerse. El frenesí consumía sus pensamientos. Bastaron tres días y tres noches para acabar aquella obra. Al mirarla, sintió su pulso acelerarse. Ella le miraba con cariño. Aquella sonrisa distraída era tan propia de ella... Sin embargo, aquella bruma gris que se cernía sobre su cuerpo era algo que jamás hubiese visto. Pero no que no hubiese sentido un millar de veces al verla partir...

Una obra de arte. Fruto de su locura.

sábado, 21 de septiembre de 2013

La luna


La luna se desvanece en el amor. Resplandor dorado. Desaparece, asustada de los latidos de su corazón. El mundo continua brillando, ajeno, bailando frenéticamente. No hay lágrimas para quién una vez fue la más bella del cielo nocturno. Una imagen del pasado, olvidada. Con su apariencia perlada, se deja devorar por la oscuridad infinita, que le besa, mientras le dice que es un ángel. Un ángel abandonado en la penumbra. Aúlla, a la vida idealizada, que cómo a un juguete la dejó, sola en el alma de la madrugada. Sus gritos la guían, sin ellos, más perdida estaría, en la noche sin luz, ni sin sombras. Cae por los caídos, ruega para no caer. Las estrellas, pequeñas y vanidosas, hablan sin parar, hablan reluciendo, en el perezoso azul del cielo desvelado. Ella antes las acompañaba, pero ahora camina sola, por las calles que le miran, ésos pasos felinos, ésa mirada implorante. Se despierta con el sol, viejo amigo, que también la selló en el olvido. Hora tras hora, avanza en una vida que jamás esperó. Sin palabras, un sueño no vivido, la realidad más triste. Le grita al cielo que le devuelva lo que era suyo, su vida de piedra, gris, eterna y fría suspendida en la eternidad. Sin más ruge, bajo el hueco de su lugar, aquel lugar que solía ocupar. El firmamento en su ausencia, la sume en una pesadilla, que en realidad fue toda su vida, oculta tras un sueño, humana es, delirando por el resplandor dorado.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Photograph Girl



Caminaba fotografiando todo lo que se cruzase en su camino. Absolutamente todo. Así, tampoco se percataba de toda la gente que se tropezaba con ella, ni de que se paraba en los sitios menos adecuados. En el suelo, tumbada, hacía fotografías de los pies y de los zapatos de cualquier pobre infeliz que pasase por ahí. Una señora hasta se asustó de verla estirada en medio de la calle. Pero al verla levantarse y proseguir haciendo fotos, pensó que era una simple lunática. A Emilia le encantaba la fotografía, cómo se puede apreciar. De pequeña lo único que quería que le regalasen eran cámaras. Conocía todos los tipos de lente, de aumentos, la historia de la fotografía. Todas sus instantáneas las guardaba en álbumes, por temática. Era su gran pasión incomprendida, aunque nadie le negaba la gran calidad de sus tomas. En cambio, en cualquier otra disciplina artística destacaba mucho menos. Vivía para fotografiar.  Su inocente y profunda obsesión... En aquella ocasión, Emilia se había presentado a un concurso de fotografía. Ya se imaginaba dando un discurso, con un vestido de gala, y años más tarde en un rascacielos neoyorquino, en un gran despacho de caoba, amueblado con una gran mesa y un diván. Y todo lleno de excéntricas fotografías suyas en blanco y negro. Así, ella, mirando elegantemente a través de la ventana, sosteniendo una copa con cualquier bebida dentro, respondería con la mirada distraída a cualquier petición o pregunta, con una sonrisa altiva, convertida en una artista extraña y popular, una musa elegante... Emilia tenía ésos pensamientos y otros más bizarros aún. Lástima que perdió el certamen. La idea de fotografíar inodoros con filtros de color rosa no había tenido éxito...Pero su verdadero sueño era su imagen en aquel despacho, que evocaba constantemente. Ni siquiera sabía para que necesitaba un despacho. Poco a poco, su fiebre por la fotografía se iba disipando ligeramente, y en su mente se materializaba la idea del despacho. Pintaría sus uñas con laca roja, esperando a que cualquiera entrase. Sus trabajos aparecerían en portadas de revistas, y se subastarían aquellas fotografías extrañas que hacía de adolescente. "Ésta instantánea, tomada en su juventud, es una obra de arte". El entendido público, que en su imaginación miraban por encima de sus gafas, sin excepción, hacía la fotografía, asentiría, y pagaría millones por su obra. Emilia pagaría con ellos el mobiliario, y su gato, que no tenía, llamado Cherry, con acento francés, dormitaría en la tupida moqueta añil. Sin embargo, en ése paseo que estaba haciendo, el mismo de la señora, su preciada cámara cayó al río. Y con su caída, a pesar de tener cómo veinte cámaras más, sus sueños- obsesiones- también cayeron al agua. Simbólicamente, veía "su" despacho inundado. Se quedó mirando cómo caía la cámara. Y cuando la perdió de vista, continuó mirando durante un buen rato. Con indiferencia, se adentró en la multitud, con la mente aguada. 



sábado, 7 de septiembre de 2013

Caminar en círculos



Se puso su vestido azul con blonda negra, que era su favorito, y unos tacones. Se miró en el espejo. Le faltaba todavía un poco de pintalabios, pese que había estado una hora maquillándose. Se retocó el maquillaje y salió por la gran puerta de entrada. La noche era joven. Y aquella fiesta debía de ser la mejor a la que hubiese ido en mucho tiempo. Las calles de la ciudad parecían que también se hubiesen acicalado para la ocasión. El suelo parecía más limpio que nunca, y las farolas tenían un resplandor dorado. Al cabo de cinco minutos, le pareció volver a pasar al lado de la misma casa por la que había pasado antes. "Qué curioso" murmuró atónita. Estaba andando en círculos. De repente, empezó a llover. Su pelo, que tanto le había costado moldear, se estaba mojando y enganchando a su cara, en la cual el maquillaje descendía dejando terroríficos caminos multicolor en su rostro. Enfadada, empezó a correr cómo si ésto solucionase sus contratiempos. Y todavía estaba andando en círculos. Intentó tomar otro rumbo, pero volvía al mismo punto de partida. Llevaba ya cómo diez vueltas por el mismo camino, cuándo miró su reloj. Eran las doce y cinco minutos de la noche. "Ah, perfecto". Notaba cómo le subía un calor a la cabeza. El corazón se le aceleraba. Llegaría tarde. Y hecha un adefesio. A la fiesta con la cual había soñado despierta durante los cinco meses previos. Cuando se enteró de que se celebraba, se anticipó a todo para que fuese perfecto. Horas y horas mirando vestidos, peinados, pensando en todas y cada una de las frases que diría en mil y un situaciones posibles. Y tenía hasta pareja de baile. Incluso había practicado varios pasos. Cómo persona previsora que era, que le ocurriese éso era una vergüenza. Siempre se anticipaba a todo. Afligida, se puso de pie en la entrada de un edificio de pisos, esperando que dejase de llover. Sacó un espejito, se arregló el maquillaje, se alisó el vestido, y se peinó cómo pudo. "Todo tiene solución", pensó. Y tenía pensada ya una entrada triunfal. Cómo una estrella. En cuánto amainó un poco, estuvo dispuesta a ir a paso ligero hacia la casa. Pero oyó un grito en la oscuridad. Asustada, se puso a correr. Pero siguió yendo en círculos. Sentía un aliento acre detrás suyo, y unos gruñidos muy profundos, casi animales. Unos pasos pesados y lentos, cómo si los pies de plomo fuesen, le indicaban que tenía a alguien que la estaba siguiendo muy de cerca. Caminó algo más deprisa, y un tacón se le quedó enganchado entre dos adoquines, resbalando con el otro pie sobre el suelo mojado. Y lo vio. Un ser informe, pero más denso que cualquiera que hubiese visto antes. Era una sombra, pero en su superficie brillaban puntos y motivos fluorescentes. La extraña masa se le acercó. Olía a barro. Sintió cómo le rozaba, y lo próximo que vio fueron las estrellas. Y ascendió, convertida en estrella fugaz, para después caer sobre la tierra. ¿Cuántos más transeúntes inadvertidos caerían en las garras de la oscuridad? ¿Quién más acabaría caminando en círculos? 

lunes, 2 de septiembre de 2013

Travesando el río


                                           


El agua del río está fría, muy fría. Me entumece los pies hasta el punto en que noto más las piedras debajo de ellos que los pies en sí. No doy ni un paso más. Huele fresco, nada que ver con el espeso aire de la ciudad. No hay ruido. Todo está en absoluto silencio. Hasta los pájaros parecen haber enmudecido ante el bello panorama. Pero, ahora que lo pienso, deben de estar acostumbrados. Me agacho lentamente para poder tocar el agua con las manos. Cristalina, congelada. Cae entre los dedos, para volver a su cauce. Vuelvo a coger un poco más, y me mojo la cara, los brazos y la nuca. Sé perfectamente a la baja temperatura que está, pero no me puedo resistir. Me lanzo al agua. Está tan y tan, pero tan fría, que ni lo noto. Mejor. Doy una brazada, y después otra, hasta cruzar el río. En la otra orilla, hace más sol, pero en esta hay una fresca penumbra. Me estiro sobre el tierno césped, y cierro los ojos. Todo está tan lejos de mí ahora...  Pero no tenía otra opción. Aunque el sol es el mismo en todos los lados. Mientras lo observo, pienso en que todo lo que atrás ha quedado también está bajo él ahora. Su mismo disco luminoso, el mismo halo cegador. Es la misma luz para todo el mundo. Me imagino a alguien de una época y lugar remotos, observando el mismo sol que ahora estoy observando. Cierro los ojos, cansados y doloridos de tanto mirar el sol. Y me duermo. Pero hay cosas que han quedado atrás, con sol o sin él, y la distancia se alarga con cada segundo que pasa. Porque en un segundo pueden cambiar un millón de cosas. Cuando vuelva, me pregunto si todo será igual. El sol brilla, y lo veo a través de mis párpados. ¿Puede travesar la espesa y sombría niebla que se ha depositado sobre mí? No sé ni siquiera si estoy aquí. Ni siquiera sé si soy yo. Cómo dije, son muchas las cosas que atrás han quedado...


domingo, 1 de septiembre de 2013

Onírico







"Me despierto asustada, gritando. En el umbral que separa el sueño y la vigilia, siento el terror más elemental en mi propio cuerpo. El mundo se estaba acabando, ante mis ojos. En la radio decían que una estrella antigua explotó hace mucho tiempo, y que ahora su halo de destrucción llegaría a nuestro planeta. Quería esconderme, sumergirme en el mar dónde pensaba que el fin nunca llegaría. Pero el tiempo se acababa, quedando menos para el final. El cielo se tiñó de rojo, después paso a ser de un blanco nuclear, y todo lo que había visto, querido, admirado, temido y sentido se tiñó también de blanco, sucumbiendo a la nada. Con los ojos enrojecidos y el corazón a mil por hora, me asomo a la ventana. La calle, con sus coches aparcados, y el cielo del amanecer cercano. El mundo sigue aquí."

"Huyo. No me van a volver a hacer entrar en ése lugar, con ésa gente- fieras- mostrando plásticas sonrisas pero con la mirada ávida de sangre. El suelo, de adoquines, se inclina cada vez más. Me cuesta correr. Una fuerza mayor me obliga a ir gateando. Cómo una montaña, la vida se inclina. Todo se funde de negro y vuelvo a aparecer ahí. Risas falsas, corazones apagados. Entretenimiento feroz. Mal gratuito. Los tejados reflejan la luna, y las ventanas brillan con cálida luz tenue. Vuelvo a correr. El mundo se vuelve a inclinar. Vuelvo a aparecer allí. Camareros siniestros, cámaras de vigilancia, micrófonos, terror."

"Estoy viendo la televisión. Un muñeco aparece en la pantalla y se pone a cantar una canción sin sentido. Yo, pequeña, lo imito. Estoy riéndome del curioso personaje cuando las sillas de la sala se empiezan a mover solas. Sobre sus patas de madera, avanzan. Caras sin rostro, muebles vivos. Corro por un laberinto de color y veo un cartel anunciando un restaurante. Me meto en un autobús, que se para en mi habitación. En la cama reposa un bote de crema. Tiene una cara sin ojos, ni nariz ni boca pero que me observa. Caras sin rostro. Chillo. La cara se acerca cada vez más y más hasta que no veo nada."

"En cuanto empieza la cuenta atrás, sé que he de espabilar para esconderme. Abro una puerta. Pero ya hay gente escondida allí que me pide que me vaya. Todo el mundo ya está escondido en todos y cada uno de los sitios posibles. "Tres, dos..." ¿Qué hago? "Uno. Voy a por vosotros". Sólo me queda una alternativa: correr. Entre risas corro por la extraña estancia. Escaleras de madera, piscinas de bolas, literas, mesas y muchas puertas. Sé que le tengo justo detrás, y continuo corriendo. Me pilla. Un estridente olor a laca de uñas flota en el aire. "Ya sabes lo que toca. Elije."

"Hay una escultura en medio de la plaza. Es de piedra, con unas espléndidas alas extendidas. Me mira. Y noto un hormigueo en la espalda. Unas alas empiezan a crecerme en la espalda. Expresiones atónitas. Una fuerza extraña me coge y me alza. Siento vértigo. Me adentro en el cielo nublado. Entre la lluvia, jadeo con cada movimiento de alas. Mi consciencia cambia, poco a poco. Todo me parece más bueno, más bonito. El mundo afable, inocente. Sin malicia. Cómo un copo de nieve, frágil, efímero, precioso. El miedo ya no me turba. Sin embargo, un relámpago estalla delante mío, y su electricidad me agita fuertemente. Mis alas pierden sus plumas, quemadas, y siento cómo caigo abajo. Abajo, cada vez más abajo. El mundo que antes se me antojaba bueno y inocente, se pierde en la tormenta. Malo, turbio, corrompido. Miradas de terror se me clavan en el alma. Pero continuo caminando. Me siento eléctrica. Acabo en un pasillo dónde la música suena fuerte. Fanatismo, desenfreno. Cuerpos entregados al baile, al movimiento. Al olvido. Algo ocurre. Tenemos que salir del local. Evacuamos el edificio y nos perdemos en las calles, bajo la lluvia."


Cómo pueden llegar a ser los sueños y las pesadillas. De qué manera surgen en nuestra mente, y los sentimos. Y de qué manera los olvidamos. Curiosamente, son las pesadillas las que más recuerdo, y más curiosamente aún, lo que en un primer momento se me puede antojar cómo tal, una vez despierto y lo asimilo, puede llegar a parecerme inofensivo. 

Qué cosas.




viernes, 30 de agosto de 2013

Cielo magenta


Parece que, poco a poco, cada día se hace de noche antes. Tardes magentas que llegan para esperar al tapiz azul estrellado. El calor espeso y húmedo se despide lentamente, mientras por la puerta de entrada el fresco suave otoñal saca la cabeza. Pero todavía se queda el sol radiante, el agua fría en la piel, y el verano en la mente. En esta entrada vienen varias cosas para éstos días atenuados, las horas largas. Una entrada que combina dos secciones: las imágenes y una historia corta.




A continuación un nuevo "Marchando una de imágenes". Ésta vez con el tema de las puestas de sol, aludiendo al título de la entrada.











Y para terminar una historia-reflexión-metáfora improvisada...

Observaba el sol ponerse tras el horizonte. El cielo se teñía de rosa y oro. Tenía prisa, quería tiempo, lo malgastaba mirando una puesta de sol. El coche aparcado en la arena, mientras con un palo trazaba círculos sobre la arena. Cuando el sol volviese a salir, mi vida habría cambiado. Y tenía dos opciones: disfrutar en silencio con resignación y pena uno de los últimos momentos que viviría siendo yo tal y cómo soy, o huir, gritar, entrar en un desenfreno por tal de evitar lo inevitable. Lo segundo seguro que me haría sentir mejor por un instante, haciéndome creer que tendría el control, pero la primera opción era la más segura. Conformarme con sal en los ojos y café en la garganta. El deportivo viejo, rojo y vistoso, me atraía. "Al menos sé libre por última vez". Las llaves tintineando en mi bolsillo. Las ganas me podían. Abrí la puerta, rumbo por la interminable carretera. Palmeras, casas, arena. Libertad. Y una sombra en mi existencia. No me encontrarían. No. No aceptaría el trato. El precio era demasiado alto. Muchas cosas en juego. Corro. El viento me azota en la cara. Cada vez estoy más lejos. ¿Por qué tuve qué conocerle en ése mismo instante? Una casualidad trazada cruelmente por el despiadado destino. La luna se alzaba. Un motel y una gasolinera a ambos lados de la carretera. Pero no tenía dinero en el bolsillo. Abrí el maletero, en busca de algún billete extraviado y oportuno, cuándo oí pasos detrás mío. No hizo falta girarme para saber quién era. La luna se alzaba, y yo miraba a ella con adoración. Su voz grave y quejumbrosa infiltrándose en mí corazón. Un destello ámbar en sus ojos que noté pese a estar de espaldas a él. La luna, que bella. La luna. Abrí mi boca y dejé escapar ése cántico interior. Fauces doradas. En el suelo, aullando, me yazco, y oigo su voz grave y quejumbrosa infiltrarse en mi corazón. Ésta él mirando mi cuerpo canino, mis ojos de ámbar, mi corazón de obsidiana. La luna. "Cariño, la luna soy yo". 

La narración ha acabado siendo una historia rara de hombres lobo.

Yeah.

martes, 13 de agosto de 2013

Más allá del atardecer

Una serie de imágenes pasa por mi cabeza...





Una casa construida en la primera mitad del siglo pasado. Elegante, sencilla. Fuera hace un calor bochornoso. Los termómetros marcan una temperatura más allá de los cuarenta grados. Una ola de calor jamás registrada en esa zona. Las noticias lo retransmiten. Temperaturas históricas. ¿Qué nos depara el futuro? Más calor. Todo el mundo bajo una nube de calor. El sol es espléndido, y cruel. Pero, en esa curiosa casa, todo transcurre como en otra época. Los colores se ven desvaídos, como con manchas, cual película antigua y desgastada. Palmeras que crecen en un jardín perdido en los pliegues del tiempo... Una piscina con excéntrica forma de corazón  escondida entre las plantas. Los azulejos, otrora rosas, han cogido un color azul verdoso. Entre las turbias aguas hay alguien sumergido. Pasan los minutos y no emerge. Han transcurrido dos horas cuando se ve la silueta ascender. Una mujer gris (está en blanco y negro), dice a una segunda persona inexistente "¡Ven! Aquí abajo hay todo un mundo... Es increíble". A causa de una fuerte curiosidad, me meto en la piscina. Se me moja la ropa. La extraña me coge la mano, y caemos en picado. Ahí abajo no se ve nada. La suciedad me impide la visión. Pero entonces, todo es dorado. Árboles, animales, nubes bañados en oro. La mujer ríe estrepitosamente...




Una playa de noche. Una hoguera. Adolescentes alrededor de esta. Ríen, cantan, bailan. Una chica ha traído la guitarra incluso. Después de bailar, se cansan y se sientan. No tienen nada qué decir. Tienen las lenguas despojadas de palabras. Después de un largo silencio, uno de ellos habla. "¿Y si contamos historias de miedo?". Todos ríen. "Eso está muy visto... Y es aburrido" dicen. "¿Más que la conversación que estábamos teniendo?". Silencio. "Había una vez, un pescador al que, tras una tormenta, se le rompió la barca. Desesperado, intentó arreglarla. Pero las astillas se amontonaban sobre las astillas. No tenía mucho dinero para comprar otra, y si no podía pescar, tampoco ganaría más. Entonces se le ocurre recurrir al ermitaño del pueblo. Todos decían que era un lunático, pero él no les hizo caso. El hombre, de larga barba, era además conocido por su misterioso negocio esotérico. El pescador le contó su problema, y el ermitaño, rebuscando entre sus trastos, sacó una caja de bengalas". El adolescente hizo igual. "Dijo que cada bengala, era un deseo, pero..." No le dió tiempo a acabar la frase, porque una sombra salió de la nada, cogió la caja y la tiró al fuego. ¿Qué deseos eran los suyos? ¿Quién era? No se pudo saber, y no se sabrá. El mundo quedo sumido en sombras






domingo, 11 de agosto de 2013

Luces de colores







Evidentemente, no hice caso de las luces de colores que tanto me atraían, pero fue difícil resistirme. Seguí
caminando, intentando olvidarlas.  Seguí recta, sin inmutarme, intentando olvidarlas una y otra vez. Quería no pensar en ellas, hacer como si nunca hubiesen estado ahí. Pero estuviese donde estuviese, no podía quitármelas de la mente. En el lugar menos pensado, en el momento menos oportuno, ahí aparecían flotando en mi mente. Cuánta más voluntad le echaba en no pensar en ellas, más pensaba en éstas. Era insoportable. Cerraba los ojos, intentaba dormir, y estaban bailando en la oscuridad. En sueños me perseguían, con su brillo oscilante. Todo quedó reducido a las luces de colores, que un día ignoré, pero que por dentro me inundan de una sensación que no sé describir. Las luces de colores. Todo tenía que ver con ellas. Las cosas tenían colores, como ellas, el sol tenía luz, como ellas. La vida brillaba hasta apagarse, cual simple luz de colores. Repentina obsesión. No podía decir nada más que algo sobre ellas. No podía pensar en nada excepto en ellas. Era una pesadilla en la cual me regocijaba. Un día, en el que ya todo carecía de sentido, decidí volver al lugar donde estaban las luces de colores. Pensé que era la única manera de olvidarlas. Y así fue. Simples puntitos incandescentes, sin alma ni alegría. Cada cosa volvía a estar en su sitio en mi cabeza. Sentí alivio. Volví a casa, animada por la nueva normalidad,  pero algo en mi camino llamó  fuertemente mi atención. Un jardín lleno de las que debían ser de lejos las flores más bonitas y vistosas que hubiese visto jamás. Evidentemente, no hice caso de las llamativas flores que tanto me atraían, pero fue difícil resistirme. Seguí caminando, intentando olvidarlas. Pero en mi mente no había sitio para nada, excepto para las llamativas flores que ahora me dominaban.

Metáfora sobre los intereses y gustos, que tan efímeros, nos acechan.